Nueva Derecha I: leyendo Más allá de izquierda y derecha de Alain de Benoist


Primera entrega de una serie de lecturas que voy a hacer de libros de ultraderecha o nueva derecha.


Lo primero que diría un ortodoxo, es que se trata de un libro posmoderno que borra la distinción entre izquierda y derecha por un justo medio o centrismo neutral o imparcial. Esto es además de demagogia, falso. Benoist se queja de la desaparición de la distinción de izquierda y derecha tanto como la ultraizquierda. Se queja de la desaparición de las ideologías como fundamento de los imaginarios citando a Boltanski, Habermas, Ignacio Ramonet, Lenin y Marx.


El texto se queja de las terceras vías transversales entre izquierda y derecha. Se queja del malestar de la población con respecto a la distinción entre izquierda y derecha, y la despolitización que aleja a la población de las elecciones mismas, sean incluso en apoyo de la izquierda o no. Este descontento con la política es el centro de ataque del texto, incluso con las debidas cifras estadísticas de las últimas 4 o 5 décadas. Benoist concluye que lo transversal es igual a los opuestos se tocan, como una especie de centrismo diletante que no permite las militancias ideológicas (contra el postindustrialismo y contra la post-ideología de Bell y demás). Nosotros creemos sin orgullo alguno, y con indiferencia y verdadero descontento, que lo transversal entre izquierda y derecha no implica lo mismo que los opuestos se tocan. Implica que hay opuestos irreductibles y completamente excluyentes entre sí, pero que atraviesan transversalmente todas y cualquier cosa, la más fascista o la más revolucionaria (en pocas palabras: que todas poseen algo “bueno”, y algo “negativo”, son válidas).


El libro es fundamentalmente y en su mayoría anti-mercado y anti-economicista. Denuncia a los gobiernos que solo tienen como valor la recuperación económica y el discurso económico. Denuncia el análisis económico. Denuncia el mercado multinacional, por la incapacidad que tienen los estados-trusts para manejar sus variables y sus economías frente a la multinacionalización de la inversión de cartera durante los últimos 50 años. Es crítico incluso de Smith y homo economicus, crítico del ordoliberalismo libertario (ya sea Hayek, pero incluso Von Mises) precisamente por plantear una sociedad mediada por la economía, y según Benoist, su conversión en una sociedad donde la economía se vuelve su forma de vida. Es de aquí que nace el argumento acerca de conservador en lo social, y liberal en la económico: es de donde surge la discusión misma sobre los valores. ¿Porqué? Porque Benoist lee o interpreta mal la problemática de Spengler y el resto de los conservadores revolucionarios del fascismo o la ultraderecha anterior: no se percatan (o intentan ocultar...), el que el mercado y la economía hacen factible una coordinación incluso de sus estados-trusts que sea plenamente internacional; el problema de la decadencia de la modernidad es invocado por Benoist, del mismo modo que el lamento por la caída de la cultura grecoromana clasicista, a través de la caída de Roma. No se percatan, al igual que el fascismo o el nazismo (nos da igual), que el mercado y la economía misma están proveyendo las posibilidades mismas, que estas posibilidades mismas de coordinación multipolar están más que maduras o pudriéndose, para resolver la problemática de esa decadencia y pesimismo frente a la modernidad. Error que comparte el mismo Spengler y demás. En el fondo esto los coloca contra el mercado y la economía, no a favor de ella. Los coloca en contra del análisis económico y el interés en la economía, y no promoviéndola. En el fondo lo que temen es la competencia, y no la fragmentación del mercado multinacional y mundial. Al contrario, salen a la luz contra el globalismo y la fragmentación, precisamente para dominar el mercado multinacional y fragmentarlo, en vez de afrontar su posición como empresariado y burguesía multinacional internacional como un todo multipolar.


De ahí que coloquen en cierto punto la necesidad del debate sobre suspender la soberanía e impulsar el estado de excepción monárquico, literalmente, créanlo o no. Al mismo tiempo, denuncian el estatismo como la cuestión que quieren evitar además del globalismo. Esto lo hacen por los argumentos de Schmitt en donde el estado de excepción, es la suspensión del estado mismo y de la soberanía misma. Al estar el estado de excepción por fuera de toda ley y constitución, autores como Benoist ignoran que esta es la forma más alta de estatismo. En el fondo, es un intento desesperado de eliminar la competencia multinacional e internacional, y de controlar para sí mismos las variables económicas, de inversión, pero además también, de los estilos de vida y de los valores identitarios (término recurrente a lo largo del texto, como fuente también entonces de la política de identidad que vivimos hoy en día). No saben, así como no lo saben los schmittianos, que esto implica un estado de excepción estatista (oximorón), un estadista que decidiría en términos absolutos y ni siquiera solo monárquicos (ya que las monarquías constitucionales tienen régimenes, valga la redundancia, de constitucionalismo), sino que decidiría a dedo, las formas no solo de inversión de los más grandes empresarios, incluso del mundo, en busca desesperada de arrebatar el control internacional que la inversión de cartera ha provocado con respecto a las burguesías y empresariados nacionales, sino también el peligroso retorno del estatismo del bienestar mismo: un estado de bienestar con el aparato disciplinario mismo, pero sin el bienestar. En contra del ordoliberalismo y del libertarianismo hayekiano y von misesiano (incluso nozickeano), atacan rabiosamente las mediaciones económicas de la vida social, las mediaciones que el mercado realiza ya no solo a través de leyes sino de normas, y que socializa la capacidad de los medios de producción intelectuales mismos de coordinar la sociedad, etc, y que son uno de los pocos grandes logros del capitalismo de mercado (además de su adapatación y relativa supervivencia), y por lo tanto, atacan al mismo Schmitt, en busca de la reaparición de la reacción antigua y clásica anterior al siglo XIX. Atacan la noción misma de que el estado y la política pueda dispensarse, gracias a un orden económico de variables que permitan por sí mismas sostener el contrato social (que es lo más valioso que podríamos rescatar de los textos de Schmitt, incomparablemente inferior a Hayek o Von Mises, e incluso Rand o lo demás, lo cual ya es decir mucho sobre el daño del schmittianismo), y más bien, abre la posibilidad de un retorno de lo disciplinario. En lugar de un mercado que se supera a sí mismo y llega a sostener por sí mismo el bienestar y la prosperidad, eliminando la decadencia de los valores a través de la eliminación de la violencia, del aumento de la salud, de las filias pornográficas o de las epidemias de opios, de la reducción de la depresión y la anomia, del aumento de la educación, del aumento de la vivienda, del aumento del sector industrial en conjunción con el de servicios, del aumento de una sociedad que vuelva a producir productos para que sean consumidos por consumidores, y donde el consumo creciente y del bienestar de los consumidores signifique el aumento de la prosperidad para la propia producción de sus productos y necesidades, etc... el autor lo que teme es precisamente que el mercado tenga las condiciones maduras, frente a nuestros ojos, de garantizar esto (no sin modificaciones, pero sin duda, tampoco con su destitución). Si el mercado deja de mediar a través de la economía y las relaciones sociales (Kurz) las interacciones que se dan a lo largo y ancho del contrato social, eso solo quiere decir la ingeniería social, y el peligro de una nueva ingeniería social, bajo el manto de la anti-ingeniería social. De la fragmentación nacionalista, intervencionista y no-etnopluralista, bajo el nombre de la antifragmentación, del antiintervencionismo y del etnopluralismo. La coordinación internacional de los estados-nación, la supeditación al segundo plano de la Organización de Naciones Unidas o la Corte Penal Internacional, así como una política de libre movilización migratoria, pero con la precondición de la prosperidad para los mercados internos del mundo (la cual es una forma de intervencionismo: el supeditar a los mercados internos a no poder desarrollarse como mercados internos, que es precisamente lo que desespera a estos autores sin que lo sepan), son el etnopluralismo mismo (nadie quiere migrar para sobrevivir desde África, si se permitiera el libre desenvolvimiento de los mercados internos africanos en vez de su subdesarrollo, del mismo modo que vemos a las naciones europeas dar la bienvenida a sus migrantes ucranianos rubios y de ojos azules, todo por criterios identitarios), son la antifragmentación misma del mercado, son el fin del intervencionismo; son el fin de la responsabilización de todo lo que pasa en el mercado mundial a una sola potencia (como la responsabilización de todo lo que pasa en el mundo a Estados Unidos, y su financiamiento de la OTAN). ¿Qué fue Trump, si no un evitamiento o postergamiento de la guerra en Ucrania, a través del falso slogan de anti-globalismo, pero al mismo tiempo, a través del verdadero slogan del antiintervencionismo que salió de Afganistán e Irak? ¿Qué fue Trump si no un intento de contener la competencia en el mercado multinacional, en pos de la competencia multinacional misma, realizando un pseudoproteccionismo que no benefició al mercado interno ni sus empresas internas, sino que buscaba la eliminación de inversiones en sus competidores chinos en el mercado multinacional? ¿No fue el Brexit lo mismo para las empresas inglesas, en pos de eliminar inversión para Alemania y Francia continentales? Es posible incluso que el cálculo del trumpismo haya sido realmente honesto, precisamente por incomprensión de la economía y el mercado mundial actual, tal y como lo parece hacer Benoist. Creer que había posibilidad todavía para un proteccionismo nacionalista, que volviera a dar prosperidad interna (recordemos los enormes subsidios que inyectó Trump a lo interno de su nación), sin darse cuenta de que el mercado mundial está funcionando de un modo radicalmente diferente porque los márgenes de ganancia, de dividendos y de valor esperado de acciones de empresas multinacionales, ya no se ubican en lugares geográficos ni siquiera remotamente cercanos a la nación, ni al propio territorio, y es posible que ni siquiera tenga relación alguna con la producción de productos adecuados para el consumo tal y como un mercado saludable y creciente?

No por nada la izquierda no es el principal enemigo del texto. El principal enemigo es el libertarianismo y el liberalismo, incluso al nivel de Adam Smith y la acción racional neoclásica, ya lo dijimos. Esto delata a la reacción monárquica. Pero más allá de eso, no es algo que deba infundirnos temor ni pánico en absoluto. Se trata de la desesperación debida al crecimiento de los nuevos competidores en el mercado multinacional y los nuevos supermillonarios alrededor de todo el planeta. Es la desesperación debida al hecho de no saber empresarialmente, debido al crecimiento exponencial de la inversión de cartera y del componente del IDF basado en M&A, el crecimiento de departamentos de finanzas y fondos incluso en las empresas, etc, de cómo controlar las variables económicas de su interés, la producción misma de los productos y del consumo del cual dependen la tasa de ganancia y de interés que rigen el precio de oferta de las acciones en las bolsas de valores del mundo, el equilibrio de las monedas dominantes en el mercado mundial y la imposibilidad de controlar la inflación a pesar de intereses 0 y tipos de cambio repreciantes (fenómeno radicalmente nuevo que estamos teniendo frente a las narices).

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