Asexual

los símbolos de distintas denominaciones de orientación sexual, sin corresponderse con el ser sexuado. es imposible confundir la identidad con la identicación con objetos. pueden existir muchos simbolos para esta articulación, y un real-cuerpo (Ettinger) que es menor o mínimo o inferior con respecto a su simbolización. articulación entre ser sexuado y orientación sexual que proponemos debe ser revisada. en ese mismo sentido, recordemos que ya había aclarado en otros blogs, que mi uso del concepto perversión y neurótico estaba distorsionado debido a mis propias lecturas: la perversión no es la única que entra en conflicto con la ley, ni la neurosis es la única normalidad posible. del mismo modo, recordemos que mis textos no son clínicos, en lo más mínimo, sino que tienen un interés epistemológico, del cual ya no solo el psicoanálisis es la fuente de la que beben estos textos, sino especialmente también una especie de conductismo crítico y cognitivismo, etc.


Ser el falo y tener el falo se resuelve por ser objetos de deseo ambos o tres. El error de Freud es la genitalización del sexo mismo, a pesar de su propio descubrimiento freudiano. ¿Y no es esto un sexo del sujeto total del autoerotismo mismo que señaló Abraham? ¿No significa que toda satisfacción, sublimación y ternura, son también sexuales, como enervaciones mismas de la percepción y de la cognición mismas, a través de investiduras y desinvestiduras, además de fijaciones, tanto conscientes como inconscientes? De este sexo es que vivimos los asexuales. Un sexo no del coito, ni de la represión del coito, sino del retorno de lo reprimido por vía de un rasgo de carácter sublimante que es el yo mismo (sinthome). No más síntomas. Solo rasgos de carácter, por favor. El anverso y el reverso del síntoma y del carácter, es el mismo del significante y el significado. El significante es un concepto distinto del signo. Es el rasgo de carácter o síntoma brutos en su seriedad, antes de su satisfacción o insatisfacción misma, antes de su dolor o ausencia de dolor. Es la diferencia entre lo egosintónico y egodistónico mismo: lo egodistónico es simplemente el yo (sinthome) egosintónico mismo, visto por sí mismos y el otro/Otro, a través de la no-suspención angustiosa y seria de la pulsión en busca de su siempre automática y repetitiva satisfacción, pero nunca del todo fallida ni lograda, como una formación transaccional ya no solo del sexo coital, sino de la sublimación misma (frente a Adler y Ana Freud). Además de la asexualidad, en términos de Edipo y Elektra (o del complejo de Hermafrodito, forcluido de la sociedad por la misma forclusión de la elección de objeto vista como elección u orientación del ser sexuado, y dicha elección como la elección misma del sujeto con respecto a algo que no elige: su propio sexo y no su género –es decir, que tiene la capacidad de elegir su propio género, mientras no sus grados biológicos de sexo genital-). Ahora, el problema del objeto transicional de Winnicot y de la elección de objeto, está en la separación misma no sol de los objetos (de hecho, esta no es su problemática), sino de la elección misma, entendida como un sujeto, precisamente, que elije). EL complejo de Hermafrodito incluye en su ambivalencia infantil y pre-puberta, tal vez incluso precoz (si mencionamos las demografías actuales alrededor de la sexualidad en los jóvenes), en el sentido de que solo la ambivalencia como necesidad, y la necesidad como ambivalencia, es decir, del instinto, el deseo, el placer y la sublimación tanto como necesarias pero no suficientes, suficientes pero no necesarias, contributivas, son tan imperativas, primordiales u originales (en el sentido genealógico, y no de origen), que vuelve a la ambivalencia, no en una elección para nada, sino en una necesidad. Esta necesidad de arrojamiento al mundo del ser sexuado, donde no decide su orientación sexual ni su sexo, pero tiene la posibilidad dentro de sus límites como sujeto, de elegir su género, mezcla de modo contributivo la necesidad de la ambivalencia, con la ambivalencia de la necesidad, todo este no solo desde el autoerotismo, sino desde la etapa uterina de Rank, hasta las alturas del narcisismo primario y el yo ideal (sin que se correspondan entre sí, dicho sea de paso). Las transciciones de Winnicot son temporales, y no económicas: es desde el autoerotismo (o desde Rank mismo) hacia el narcisismo primario, que se da la primera articulación con el otro desde el Gran Otro, y no al revés: es decir, la articulación de otro y Gran Otro no empieza con el otro, sino que en el mismo modo que el segundo período de Lacan alrededor de lo simbólico, también pre-existe al sujeto. Ahora, la articulación es en verdad una articulación, no una presencia (Irigaray): el otro siempre es un Gran Otro, pero el Gran Otro no es siempre un otro. El otro es siempre un Gran Otro no investido desde el autoerotismo, sino presente en su ausencia hasta la develación del objeto en el narcisismo primario, y su asunción como imagen de sí mismo como yo ideal. El objeto es la otredad, incluso como falta en la frustración. El Gran Otro pre-existe como pre-existe lo pre-edípico. Las identificaciones y fijaciones se articulan del mismo modo: no se trata de una identidad con las cosas, sino consigo mismo como ser sexuado y como orientación sexual. Es hora de separar también el ser sexuado (genital), de la orientación sexual misma, evidentemente. De este modo el ser sexuado no es electo, pero el ser sexuado no dicta la orientación. Esto no vuelve perverso la solución edípico o de elektra, sino al contrario, la vuelve abierta a su resolución. Nunca cualquier tipo de resolución (Barthes: los símbolos son muchos, tal vez demasiados, pero no infinitos, principio básico de la no-relativización -Foucault y el último Eco contra la relativización, etc-). La ruptura de la ley en el abrazo barthiano mismo de los amantes no puede ser reprimida, sino que es represión: es ya de una vez ley. De ahí que el perverso y el mando al goce haya redoblado la represión sobre el neurótico, pero también se vuelva él sí mismo promulgación de la ley en su ruptura: busca el castigo, se castiga a sí mismo, se identifica con la ley misma. La ley no es el otro ni el Gran Otro sobre el yo (sinthome), sino que el yo mismo (Erving Goffman), en la presentación cotidiana del sujeto sociológico como individuo y como yo, es portador también de una ley, de una tecnología del yo y de un cuidado de sí que también, se quiera o no, son poder. Esta es una renegación de la época, en vez de una metáfora represiva reichiana o marcuseana de tipo sociológico: el control es poder por permisión, no por represión; por renegación, y no por inhibición o censura. Al contrario, es más que evidente, que busca la eliminacion de toda inhibición y censura, mas no la satisfacción. Impide la seriedad, que es la suspensión del juicio mismo de la pulsión: impide suspender la satisfacción o el dolor en la salida de la pulsión en busca de su meta, pero no de su objeto, y con esto, logra sostener los discursos clínicos populares e institucionales de un modo dual severo (placer o displacer, es el nuevo derecho de vida o de muerte de la sociedad materialista y casi no más posmoderna -¿me creerían si les digo que veo una luz al final del tunel, que yo mismo creí que no iba a poder ver?-): derecho infinitamente menos pesado y denso, menos desastroso y trágico, menos brutal, pero no menos pesado y denso, no menos desastroso y trágico, no menos brutal: se busca el salto de fe de la pulsión hacia su consecusión automática o iterativa (automatismo), pero se busca al mismo tiempo su renegación, tal y como lo habíamos descrito aquí. Es una verdadera formación reactiva, y no solo transaccional, pero esta vez de la renegación. EL perverso entonces no huye ni rompe la ley, sino que romper la ley es imponerla sobre otros o sobre sí mismos. El inmoralismo es ley. La irresponsabilidad es ley. El nihilismo es ley.

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